carta a vos

No tengo fotos de nosotros antes de tu partida. No recuerdo el día en que te fuiste para siempre. No sé qué ropa tenías. Si tus ojos estaban tristes. Cuáles fueron tus últimas palabras. Tampoco sé qué ruido hizo la puerta del departamento cuando se cerró por última vez. No tengo idea si era verano o invierno. Era de día? Habrá habido sol cuando bajaste los dos pisos por escalera? Lo que sí sé, o lo que me contaron después, fue que te fuiste a trabajar a Venezuela con la certeza de que nosotros te seguiríamos ni bien naciera Santi. Pero eso jamás sucedió. Cosas de grandes.

Viste que la memoria de uno no es del todo propia. Algunos recuerdos son mitad memoria de uno y mitad construcciones que nos hacemos por lo que nos cuentan los otros.  Entonces todo es un pastiche de imágenes que no me pertenecen del todo.

Cuando te fuiste seguimos viviendo en el departamento que ustedes armaron:  mamá, con Santi en su panza, Sole, que tenía seis años, y yo. Living comedor, dos habitaciones. Típico departamento de familia tipo. No recuerdo si tenía o no balcón. Sé que nuestra ventana daba a la plaza del condominio. Ahora que lo escribo no sé qué tan plaza era. Sólo recuerdo el tobogán porque una vez la chica del tercero perdió su dedo en ese juego. Me acuerdo una vez que a la hora de la siesta un pendejo malo me hizo probar ají puta parió y grité tanto que nos retaron a todos. En la siesta no se puede estar en la plaza, chillaban las viejas amargadas. Pero me hicieron comer un ají que picaba mucho, vieja chota. Y además, soy chiquita. No me acuerdo si ese día eras parte del griterío o ya no estabas. Creo que ya te habías ido. En realidad creo que siempre te habías ido.

Sole iba a primer grado y yo a sala de cuatro. Pero empecé a ir al jardín cuando tuve 3 años. Entonces quiere decir que sí me viste con guardapolvo cuadrillé y que a lo mejor alguna vez me llevaste o me fuiste a buscar al jardín. Bueno, ves? No me acuerdo. Sí recuerdo a la seño María Marta y su pelo largo, rubio y maltratado. Sí me acuerdo del gordo Mariano que me pegaba todos los días. Recuerdos de mierda que no me sirven para nada. Necesito que alguien me ayude a construir la imagen de vos llevándome al jardín. De vos dándome un beso y yo no quiero entrar y te abrazo y te digo papi no me dejes… No puede ser que no logre verte en la puerta.

No sé cómo te vestías los días de semana cuando ibas a trabajar. Y qué usabas los sábados y domingos para estar en casa. Qué bronca no saber si eras combinado o no con la ropa. O si preferías usar zapatillas o zapatos. Quién te compraba la ropa? Cuál era tu color preferido?

Algo que sí recuerdo o bueno, eso que te conté antes de lo que dicen los otros… es que tocabas la guitarra para nosotras. Ni puta idea cuál era tu repertorio. Ni si afinabas. Sí sé que tu guitarra era una criolla. Y sí, seguro tenía seis cuerdas. Eso lo digo porque la mayoría son así. Si vos eras medio especial y tenías una de doce me cagas la foto que me dibujé.

A mis cinco y siete años viajamos con los chicos y tu mamá a Caracas a pasar nuestras vacaciones con vos. De ahí recuerdo mucho la playa, los camiones que vendían helados en las plazas y los días con mis primos. No sé mucho más. Después  los años no fueron tan familiares. Vos optaste por alejarte de todo lo que te recordaba a mi vieja y en esa bolsa estábamos nosotros tres. Hijos chiquitos que sólo entienden temas de hijos chiquitos. Rincón de la mamá, Soledad me pegó, le cortó el pelo a la Barbie, Santiago no para de escupir… la perra se comió al conejo… cosas de chicos, viste?

Y así sucedieron los años sin vos.

Pero yo tuve una magia. Cuando vos te fuiste me metí en una burbuja y me encerré en ese mundo imaginario donde nadie entraba. Y te juró que fui feliz. O se lo juro a la mujer que soy hoy. Nada me hacía doler. O eso es lo que creía. O lo que recuerdo. O me parece que es lo que prefiero creer.  Esa nena no sufrió tanto. O ahora, con 35 años creo que esa nena la pasó bien. En todo caso es negocio.

 

Jugaba  mucho sola con lo que tenía a mano. No me importaba que no me llamaras los 10 de marzo ni que no tuvieras la puta idea si estaba en tercero o quinto grado. Yo seguía en mi micro mundo de colores. Cada tanto llegaba por correo un sobre con tu nombre. Adentro había una carta general para los tres y después una para cada uno. La mía empezaba siempre con Ani dos puntos. Yo para vos era Ani.  El cartero habrá venido pocas veces. Y los llamados también. Y cada vez que llamabas no sabíamos qué decir. Ni vos ni nosotros. Éramos tan lejanos. Vos le preguntabas a Santi de qué cuadro era y lo cargabas con River. Querías que fuera de River como vos. Santi te cagó y se hizo de Boca. Habrás llamado entre tres o cuatro veces en tantísimos años. Eso fue todo.

 

Y crecí. Entre ausencias y mundos de mentirita. Cuando me preguntaban por vos decía lo que dicen todos los hijos de padres separados. No está, se separó de mi mamá. Se fue a vivir a Venezuela. Punto. Eso era todo. No había dolor en mis palabras y cuando crecí, y esa burbujita se abrió, me di cuenta que nunca entendí tu ausencia. Nunca la pensé como tal. Entendía que era así y punto. No pregunté. O no recuerdo haber preguntado tanto. Lo transité y listo. Lo que sí recuerdo es que los papás de las chicas de la esquina estaban  bien juntos. Que los padres de Maxi no se iban a separar y que ninguno de los vecinos tenía a sus padres separados. Siempre dando la nota.

La burbuja se deshizo cuando empecé a hacerme preguntas. La edad del pavo y todo eso que nos pasa a todos. Y es ahí cuando te necesité. Y acá hago una reflexión porque uno necesita a otro cuando está acostumbrado a ese otro. Cómo iba a necesitarte si no estabas en mis recuerdos?  Pero quise saber quién eras. Qué te había pasado. Por qué a mí? Todas las preguntas anudadas en mi estómago.

Cuando tuve 21 años junté coraje y levanté el tubo del teléfono. Me acuerdo que fue un mediodía de un día de semana. Yo estaba viviendo sólo con mamá en un PH en Núñez. Me parece que había sol ese día. Estaba nerviosa. Hacía cinco años que no sabía nada de vos. Tono. Cero cero cinco ocho y el número de tu casa. Y apareció tu voz. La misma que recordaba. Dulce, quieta. Hola ehhh, hola papá. Hola qué? Pensaba por dentro. Papá! qué palabra tan de otras bocas. Yo estaba diciendo papá. Te dije que quería ir a verte. Me dijiste que te estabas mudando a Miami que te diera unos meses.

Y un día me llegó el pasaje. BUE-MIA 21 de febrero a 21 de mayo. Iba a pasar tres meses con vos y tu familia. Y volé. A ese lugar tan lleno de gente de todos lados con historias de muchos mundos. Me acuerdo que el vuelo fue tranquilo y que en la escala en Panamá casi pierdo la conexión. 

Cuando el piloto contó que estábamos a punto de aterrizar a la ciudad de Miami me empezaron a temblar las piernas. Mucho. Miraba para abajo y había siembra de luces. Era de noche. Migraciones, mil preguntas de la policía que cree que todos somos terroristas: a qué venís? Por qué? Vengo a conocer a mi papá, señor policía. Le importa dejarme ir que me tiembla la vida? Ya esperé demasiado. 

Se abrieron las mamparas  y ahí estabas vos. Con tu bigote intacto y tu pulcritud. Estabas acompañado por tu mujer y tu hija, que tenía 12 y también era mi hermana.

Nos abrazamos como se abraza la gente que se ama y no se olvida. Ahí había amor a pesar de tantas distancias. Nos subimos a tu auto y partimos a tu casa que durante los próximos noventa días también sería la mía. Era muy tarde y todos estábamos cansados. Me preguntaste que qué desayunaba y me tocó la cama de al lado de mi nueva hermanita.

A la mañana siguiente me despertaste con un vaso de leche fría con nesquik. Era lo que yo desayunaba. Esa misma noche te pedí que habláramos. Ay, viejo, eras tan cobarde y tenías tanta cola de paja que no pudiste hacerlo a solas. Estaba tu mujer presente. A mí no me importó. Yo quería escucharte y sobre todo quería decirte todo lo que había venido a contarte.

Yo tenía 22 años y vos supongo que habrás tenido 43. Eras muy joven, pero ya estabas enfermo. O la estabas pasando mal de salud. Esa noche no pudiste mirarme a los ojos. Sólo me dijiste que mi mamá te había mentido  y que a pesar de todo nos amabas a los tres. Te creí. Y no porque era lo más fácil. Le creí a tus ojos. Supe que el pobre hombre ese no pudo ser padre después del desamor con mi vieja. No pudo. No pudiste, viejo. Pero no dejaste de querernos a pesar de no haberlo demostrado. A veces las cosas no son tan como salen en los manuales o en las publicidades de pastas dentales. Y te conté de mí y de lo que me había pasado sin vos. Y te dije que no había venido ni a juzgarte ni a reprocharte nada. Había venido a escuchar la otra campana. La tuya. La otra. Vine a conocer tus ojos, a ver quién eras. Y al final te dije que el pasado ya no importaba porque era imposible volver atrás la rueda. Y que mi propuesta era ver si podíamos volver a ser papá e hija ahora y hacia adelante. Presente y futuro. Por supuesto me dijiste que sí y así empezamos a relacionarnos.  Esa noche fue la única vez que tocamos el tema.

Cuando me desperté al día siguiente un cuaderno nuevo y limpio nos esperaba.

Todo el tiempo me tratabas como si fuera una nena de cinco años y yo te dejaba. Me dabas ternura. Y además, yo también quise ser una nena de cinco con un papá que la mandaba a bañarse. Me quisiste llevar a Disney y a tanto no llegué. Creo que supiste entenderlo.

Durante mi estadía en tu casa todo fue a lo grande. Era la ídola de mi hermanita y me pegué mucho a todos. Es una característica muy mía la de pegarme a las familias. Si son tipo, mejor.

Y en ese contexto prestado pude conocer a mi viejo. Te conocí. Y lo que más me gustó de vos es que fuiste buena persona. Un buen tipo con cobardía y quietud, pero buenazo. Eso me tranquilizó. Porque conocerte podría haber sido conocer a un tipo jodido con posturas enfermas o mezquindades o tranquilamente podrías haber sido un mal tipo. Y no. Todo lo contrario.

Los días pasaron y cuando llegó la hora de volver a mi vida todo fue difícil. Hubo llantos en muchos ojos, pero yo estaba más que satisfecha. Me subí al avión y estaba más grande y más entera que antes. Me despedí de vos con un abrazo fuerte y sincero. Me gustó mucho que durante todo ese tiempo me dijiste hija. Y como en todas las películas con finales tristes lo último que escuché de vos fue un hija dulce y en voz muy bajita. Creo que me dijiste que me querías mucho. Y me fui.

Esa fue la última vez que te vi. En el aeropuerto de Miami y con los ojos vidriosos. Vos ya estabas enfermo y unos años más tarde recibí un llamado de Sole contándome que te habías muerto. Supongo que te habrá hecho bien verme queriéndote sin rencores. A mí, verte y conocerte, me ensanchó la vida y me baldeó el camino.

Ahora, cada vez que te recuerdo o cuando cumplís años te mando un beso enorme al cielo de los papás. Pero no sufro tanto. Porque nos pudimos mirar a los ojos y te supe entender. Y eso me salvó, a pesar de tener cositas que reparar a la hora de relacionarme con un hombre. Pero ese es otro tema que a vos no te incumbe. Vos y yo sabemos bien que conocernos nos liberó un cachito más. Corrimos el alambrado un poquito más. Y qué bueno es sentirse libre y limpio, no?

Te amo viejo. Y siempre vas a ser mi papá. Aunque no hayas estado.

 

 

 

 

Deja un comentario